EN EN LÍMITE DE LA CASA DEL PADRE

LOS CRISTIANOS NOS HEMOS OLVIDADO DE ALGO PRIMORDIAL EN NUESTRA FE: ESTE MUNDO ES UN PUENTE HASTA LA CASA DEL PADRE. HAY UN MÁS ALLÁ DE LA MUERTE Y HAY UN ALMA INMORTAL. Y LA CIENCIA,LA MEDICINA,LA NEUROCIENCIA Y LA MECANÍCA CUÁNTICA NOS DICEN QUE ES CIERTO.
EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE CONTADAS POR SUS TESTIGOS Y ANÁLISIS DE DICHAS EXPERIENCIAS DESDE UN PUNTO CIENTÍFICO Y ESPIRITUAL.

TESTIMONIO DE KATHI (ESTADOS UNIDOS). CAUSA: AHOGAMIENTO EN UN RÍO



Comencé a escribir esta descripción de mi ECM el 6 de octubre de 2007, 35 años después de que tuviera lugar. Esta experiencia en la que casi muero ahogada sucedió unos quince años antes de que escuchase por primera vez el término “experiencia cercana a la muerte”.
Fue a finales de la primavera de 1972 en Kaukauna, Wisconsin, poco antes de que cumpliese 17 años. Era mi último año de instituto y aquel día nos daban el anuario. Por alguna razón que ya no recuerdo, ese día no había clase y teníamos que recoger los anuarios por la tarde, lo que nos dio a mí y a la que había sido mi mejor amiga desde sexto curso una excusa para ir a hacer rafting al río Wolf con un amigo de Philadelfia que había venido de visita. Condujimos hasta Menominee y alquilamos una balsa. El agua corría con fuerza. Como sabía nadar bastante bien y había hecho rafting otras veces en aquel tramo del río, era imposible mermar toda la seguridad que tenía en mi misma, evitar ese arranque de valentía propio de la gente joven. No quise ponerme el chaleco salvavidas.
Nos lo estábamos pasando en grande enseñándole a nuestro amigo una de las cosas con las que más disfrutábamos los jóvenes que vivíamos en ciudades pequeñas. Mientras me dejaba llevar por la corriente empezamos a coger velocidad. Por encima de nosotros había un puente peatonal que cruzaba el río. Nos dimos cuenta de que en él había un hombre mayor haciéndonos gestos, indicándonos que nos echásemos hacia la izquierda.
No podíamos oírle aunque estaba gritando, pero nos quedó claro que estaba bastante agitado. Pensamos que tal vez necesitaba ayuda, así que intentamos maniobrar con la balsa para acercarnos al borde izquierdo del río. La corriente no nos lo permitía y nos esforzamos todo lo que pudimos para acercarnos a tierra. Sin embargo, la balsa se inclinó a medio camino y se dobló. Caímos de lleno en una corriente de agua, un agua casi helada durante esa época del año. Mis amigos consiguieron enderezar la barca y girar a la derecha, algo que yo no advertí hasta mucho tiempo después, pero yo caí hacia la izquierda, directa a un remolino.
El remolino me succionaba. No sabía en qué dirección iba, estaba muerta de frío y no podía respirar, el pánico me invadía mientras nadaba frenéticamente intentando salir de ahí. No sabía si estaba nadando hacia la superficie o hacia el fondo. Una voz (o un pensamiento) que decía “déjate llevar, deja que la corriente te lleve” me vino a la cabeza. Paré de nadar de inmediato y me sentí liberada, rendida ante algo que me superaba. La confianza fue un elemento crucial en todo aquello, confianza en que todo era como debía ser. Todo se volvió negro.
Toda mi vida pasó por delante de mis ojos como una película llena de viñetas, algunas como fotografías estáticas, otras como vídeos cortos, como si fuesen anuncios de televisión. No había sonido alguno que los acompañara y se sucedían de forma cronológica desde mi nacimiento hasta mi edad actual. Todavía recuerdo algunos flashes como por ejemplo verme a mí con dos o tres años, llorando en el porche porque me había picado una abeja por primera vez al matarla pensando que era una mosca* (yo lo veía desde atrás, como un espectador); la posterior rabieta en el suelo del comedor cuando mi madre quería ir al supermercado (visto desde el techo, como si flotase), cuando mi padre me regaló una maquinilla para depilarme el día que cumplí 16 años (visto desde el techo, flotando por encima de la mesa del comedor). Parecía que las imágenes llegaban muy rápido y se movían casi bailando atravesando mis párpados, algo parecido a lo que hoy se puede ver con unas gafas de realidad virtual. Esta experiencia pasó muy rápido, casi diría que en cuestión de segundos.
*(Poco tiempo después de que me sucediera todo esto, le pregunté a mi madre por los primeros flashbacks de la experiencia, pues de ser reales, no estaban ya en mi memoria. Me dijo que era verdad, había matado a una abeja a los tres años y había cogido una terrible rabieta a los pies de su vieja máquina de coser, la cual estaba el comedor en la época en la que empecé a ir al colegio. Por desgracia, no recordaba con certeza los otros momentos de los que le hablé).
Me sumí en la oscuridad más profunda. Miraba hacia los lados y no veía nada más. Pensé que tal vez tenía los ojos cerrados, así que lo comprobé a conciencia para asegurarme de que estaban abiertos. Esa voz en mi cabeza dijo “date la vuelta” y cuando lo hice vi una pequeñísima luz. Recuerdo haber pensado “estoy en una cueva” y sentirme en calma aunque me urgía llegar hasta aquella luz. Me aseguraba que no había nada que temer. Me movía suavemente, despacio, en paz, sin oír sonido alguno, como si flotase. No recuerdo haber hecho ningún esfuerzo para moverme, simplemente me deslicé a través de la oscuridad. A veces, si miraba a mi alrededor, podía ver a otras personas. Vi a un hombre mayor que caminaba con un burro, vi a mi abuelo paterno, que había fallecido años atrás, vi a más personas que caminaban en ambas direcciones, algunos despacio, otros tan deprisa que apenas podía distinguirlos.
La luz de la entrada de la cueva se agrandaba cada vez más conforme me acercaba. El brillo era increíble, no parecía una luz natural, pues era de un blanco muy puro mientras la luz natural suele mezclar otros tonos y colores. Conforme entraba en aquella luz me invadió de inmediato una increíble sensación de paz. Estaba en casa. A mi alrededor no había más que amor, aceptación y paz, sentimientos a los que me sentía fuertemente conectada. Lo más cerca que he logrado sentirme de esta sensación posteriormente en mi vida fue durante el nacimiento de mis dos hijos.
Un pensamiento me vino a la mente. Me pregunté por qué había llegado a ahí tan pronto. Estaba insegura, preocupada, empecé a desorientarme, a pensar para mí misma “¿dónde estoy? ¿qué lugar es este?” la voz en mi cabeza parecía haber notado mi repentina preocupación y, como si me leyese la mente, empezó a asegurarme que todo estaba bien, que en aquel lugar estaría segura y me devolvió los sentimientos de paz y amor que había sentido al principio. Me sentía cómoda, pero confusa y con cierta curiosidad. Pensé “¿puedes leerme la mente de verdad?” la voz pareció darse cuenta de que necesitaba una forma de comunicación más concreta para sentirme cómoda al cien por cien.
Así, la voz volvió a mi cabeza: «¿qué forma debería adoptar para que te sintieses más cómoda?» «¿A qué te refieres?» Pensé. «Hay quienes desean que sea un hombre sabio y anciano, otros una mujer, o incluso un animal. Todos de distintas razas, edades, tamaños y especies. ¿Qué forma prefieres tú?», «Humana». Tras esto, la luz empezó a descomponerse simultáneamente en unos rayos de colores increíbles que fueron intensificándose dando lugar a una forma más sólida. Cuando la luz se hubo moldeado hasta parecer una figura humana, algo semejante a un molde para galletas con forma de muñeco, un hombre de jengibre, pensé «así es suficiente, ya me siento cómoda». La forma podía moverse y era tridimensional. Estaba compuesta de luz en su totalidad y de cada una de sus partes emanaban rayos de vivos colores. Vi de nuevo aquel color años después, cuando vi por primera vez material iridiscente. En su presencia me sentía segura, llena de amor y paz, y nos comunicábamos en todo momento a través del pensamiento. 
Este Ser quería saber que voz prefería, si de hombre, de mujer, de niño, etcétera. Elegí la voz de un hombre (una elección interesante y que considero actualmente digna de análisis). No recuerdo ninguna conversación sobre qué idioma prefería utilizar. Quería saber cómo llamar a este ser luminoso, así que empezó a decirme todos esos nombres que las distintas culturas del mundo le dan a Dios. Le interrumpí, “Dios” dije, ese me servía, aunque en aquellos años no estaba siquiera segura de si creía en Dios. Fuese lo que fuese en realidad aquella luz, la reconocí como pura energía. La verdad es que nunca le he puesto el nombre de Dios, pero reconozco que probablemente muchas otras personas la habrían llamado así.
Empecé a comunicarme. ¿Dónde estaba? En mi hogar, un lugar que me resultaba familiar, en el que había estado antes muchas veces. La luz quería saber qué estaba haciendo allí. Yo también quería saberlo. Me dijo que era muy pronto, que todavía tenía trabajo que hacer. ¿Qué trabajo? Sería capaz de descubrirlo yo sola, tendría que volver, pero no quería, quería quedarme. Me invadió la tristeza. Entendí que era mi deber volver y que no me lo habrían pedido si fuese incapaz. Me di cuenta de que tenía que hacerlo, pero estaba asustada. La luz me facilitó un acompañante para guiarme y volver sana y salva. Yo seguía negándome, pero la compañía me resultaba reconfortante (cuando estaba en la universidad, seguí reviviendo en sueños esta experiencia y en ella podía ver que mi guía era mi abuelo materno, el cual había muerto aproximadamente un año antes de mi accidente). Me quedé un instante más para disfrutar de aquella sensación de paz y amor que lo abarcaba todo, de aquella luz tan pura, y finalmente me di la vuelta para volver.
Viajé rápido a través de la cueva oscura, parecía más rápida que la propia luz, y no recuerdo haber visto a nadie en el camino. Un segundo después había vuelto a mi cuerpo, estaba fuera de la oscuridad y había salido a la superficie de ese río que me había succionado, pudiendo respirar por primera vez. Todo lo que me había pasado no debía haber durado más de uno o dos minutos. Me había liberado al fin del remolino y la corriente me estaba llevando a unos rápidos.
Estaba preparada para luchar por sobrevivir. Me di cuenta de que si no me giraba para que mis piernas apuntaran río abajo, seguramente al ir de espaldas me golpearía la cabeza con una roca y moriría, así que empecé a moverme hasta que logré descender de frente. Toda esta información la había oído alguna vez en la radio o en la televisión, en un programa en el que promocionaban unos cascos de moto. Decían que podías vivir con las piernas rotas, pero no con el cerebro echo papilla. Es gracioso lo que le viene a uno a la cabeza en situaciones de emergencia. En aquel momento estaba flotando como un tronco por los rápidos, pero seguía sin poder usar los brazos de forma efectiva para salvarme. Decidí que lo mejor que podía hacer era ponerme bocabajo, pues aunque me costase levantar la cabeza para tomar aire, al menos podría usar las manos para intentar tocar el fondo, agarrarme a algo que me permitiese maniobrar o dirigirme al borde del río.
Me quedé flotando así un rato. Daba una brazada de mariposa para sacar la cabeza y respirar y acto seguido intentaba agarrarme a las rocas mientras me llevaba la corriente. Después de lo que se me antojó una eternidad, y tras muchos, muchos intentos, mi técnica tuvo éxito. Logré agarrarme a una roca lo suficientemente pequeña como para poder rodearla con los brazos y no estaba muy hundida, así que podía tener la cabeza fuera del agua. Me quedé ahí unos instantes, pues apenas me quedaban fuerzas y además me dolían los pulmones por el agua que había inhalado.

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