EN EN LÍMITE DE LA CASA DEL PADRE

LOS CRISTIANOS NOS HEMOS OLVIDADO DE ALGO PRIMORDIAL EN NUESTRA FE: ESTE MUNDO ES UN PUENTE HASTA LA CASA DEL PADRE. HAY UN MÁS ALLÁ DE LA MUERTE Y HAY UN ALMA INMORTAL. Y LA CIENCIA,LA MEDICINA,LA NEUROCIENCIA Y LA MECANÍCA CUÁNTICA NOS DICEN QUE ES CIERTO.
EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE CONTADAS POR SUS TESTIGOS Y ANÁLISIS DE DICHAS EXPERIENCIAS DESDE UN PUNTO CIENTÍFICO Y ESPIRITUAL.

ECM DE STELLA (ITALIA). CAUSA: TRAUMATISMO CRANEAL


DESCRIPCIÓN DE LA EXPERIENCIA:
Estaba cruzando la calle y... perdí la sandalia. Irreflexivamente torné a buscarla y... un coche me golpeó directamente en la frente. ¡Fue el golpe más memorable de mi vida y esto no fue nada en comparación con lo que siguió!
Me vi rodando dentro de la pequeña zanja que bordeaba la carretera y me di cuenta de que me había hecho mucho daño: ¿quizás me estaba muriendo? En cuanto me pregunté esto, fui catapultada al interior de una ambulancia que habría debido salvarme y vi a la enfermera perder el anillo que perteneció a su madre y dónde cayó. Entonces le indicaron mal la dirección del accidente al conductor que la tomó por verdadera. ¡En ese momento deduje que no me salvaría pero me sentía muy feliz! Pensé: “¿Pero ya ha terminado todo? ¡¡¡Qué suerte!!! ¡¡¡A caaasaaa!!! Entré en un túnel (que extrañamente conocía muy bien) lanzándome a una velocidad vertiginosa hacia casa, sin ninguna intención de pararme a observar nada en el túnel: quería volver a casa.
El túnel era semitransparente y veía puntos de luz como estrellas lejanas volverse tiras de luz irregulares, como faros de coches muy rápidos en carreteras con curvas. La velocidad iba en constante aumento hasta que la luz ya no pudo alcanzarme y vi que el túnel era una gran curva apenas perceptible, pero claramente sensible. Entonces me hallé casi en casa. La luz me envolvió y yo tenía una edad comprendida entre cero y la eternidad, cada pregunta que me hacía obtenía una clara respuesta, aunque no las entendiese todas. Me envolvía como un dulce canto de muchas voces y no entendía lo que decían, caminaba descalza en un prado ondulado de suave hierba y no lejos de allí destacaba el roble más imponente que he visto jamás, de un verde brillante como la vida (podría escribir un libro entero solo sobre ese árbol pero me voy a parar aquí).
¡Bajo el árbol me esperaba un joven de una belleza y dignidad únicas! Me invitó a “recobrarme” haciéndome sentar en un banco de madera frente a una mesa en la que había piezas de pan y vino tinto (mi padre en la Tierra hacía vino para consumo familiar y a mí me encantaba el tinto). Cuando hube comido habló: “Todo lo que ves es como mirar las nubes: ves un perrito, pero sabes que es una nube. Ahora te ves en casa, pero sabes que estás casi en casa y que no es la hora: debes volver”. Respondí con un no seco y claro: no entendía por qué debía volver... ¡estaba tan bien...! Él objetó: ¿No echas de menos a mamá y a papá?” Yo: “¡No, pronto llegarán aquí y los veré de nuevo!” (El tiempo no tenía importancia, no existía).
Con extremo amor y paciencia me mostró que todavía tenía mucho que aprender haciéndome ver mi vida como un viaje: podía elegir diferentes caminos, pero tenía que ir de “A” a “B”. Los acontecimientos básicos, mis metas, estaban simbolizados por estatuas de mármol, mientras que otras eran de arcilla fresca y aún maleable en cualquier otra cosa. Comprendí que lo importante no era el cuándo (el tiempo no existía), sino que todas las condiciones fueran satisfechas y que la más decisiva era el libre albedrío. Son una serie de elecciones libres y de reacciones a los acontecimientos las que determinan las condiciones para alcanzar o no la meta. Es algo tan libre que siempre se puede re-intentar: el tiempo o el espacio no importan, no existen, solo importa “satisfacer las condiciones” para alcanzar la propia meta. Y yo no había alcanzado ninguna meta.
A pesar de esto me negué de nuevo a regresar.
Entonces me cogió en brazos y me mostró el río, atravesado el cual no regresaría más, y las ciudades que había más allá de eso. Me dijo que esperarían eternamente y que no debía temer  porque él había cumplido todas las promesas. Me dijo muchas cosas, pero yo estaba absorta en arrullarme entre sus brazos al sonido reconfortante de su voz y no escuchaba. Observaba su anillo con curiosidad infantil: era un bajorrelieve con tres líneas curvas que cruzándose formaban un triángulo en un único signo gráfico en el que una pluma estilográfica podría deslizarse al infinito. Oí sin embargo: “... Ahora puedes regresar tranquila”. Rehusé con toda la terquedad de la que una niña es capaz.
“En tal caso debes hablar con mi Padre”: dijo.
En absoluto intimidada y muy decidida, acepté.
Me mostró el camino. ¡Tenía que recorrer un laberinto de setos, pero estaba demasiado desesperada y habría hecho cualquier cosa por no regresar! Por tanto atravesé el seto en línea recta, cortándome y arañándome con mucho dolor, sabiendo bien que aquel seto era lo único que había allí que me podía lastimar seriamente. Fui levantada por “los brazos amorosos del Padre”. Me llamó con mi verdadero nombre (que significa “pequeña monita curiosa y rebelde”) y lo reconocí como “mi DIOS” con quien tanto había “jugado”. Lo que sucedió es tan íntimo que solo contaré la parte final, debiendo decir antes que nada que cuando yo mentía sabía que Él lo sabía, pero aun así lo intentaba...

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