Yo, Ricardo AH, doy el siguiente testimonio: El sábado 26 de julio de 2014, en mi parroquia, en torno a las 3:10 pm estaba terminando de comer cuando de repente sentí un dolor muy agudo en la boca del estómago. El dolor iba en aumento y con rapidez.
Lo que yo recuerdo:
Al sentir ese dolor, me levanté de repente y di un paso lateral al lado derecho de la silla y le comenté a mi acompañante, Angélica, que me había hecho de comer y estaba comiendo junto a mí: “Me duele aquí, en la boca del estómago, como si me estuvieran clavando una aguja”. El dolor se intensificó más, sentí miedo y algo similar a un bajón de azúcar; ocurrió entonces que una fuerza invisible e intangible me jalaba hacia atrás, pero yo mantenía los pies en el suelo, como evitando que me fuera hacia atrás y en eso vi una inmensa luz blanca frente a mí, que fue creciendo desde el centro de mi campo visual hasta envolverme totalmente, me sentí literalmente extraído de la realidad que vivía.
Al desaparecer la luz, yo iba dentro de un auto de gran parabrisas y veía un camino en el que me dirigía hacia unos montes. El camino era recto y muy largo, como de unos 20 km. El auto iba descendiendo de una ladera hacia el valle. Había algunas ondulaciones en la ladera mientras bajaba. Noté con lujo de detalle la panorámica: los montes, la región semidesértica en que iba, con algunos magueyes y huizaches distribuidos aleatoriamente en el paisaje, pero muy separados unos de otros. Distinguí el color de la tierra, que era como color arena. Al fondo, los montes conformaban una cordillera muy lejana y detrás de ella había una enorme nube blanca, tan grande que cubría casi todo el horizonte frente a mí. La nube era muy alta y con muchos cúmulos. La nube recibía frontalmente luz del sol, no obstante, se veía completamente blanca, sin tonos rojizos. El cielo era de un azul muy intenso, hermoso. No había más nubes en el cielo. Esa era la única. Las líneas de la carretera eran blancas e iban pasando rápido, por lo que deduje que el auto se desplazaba a gran velocidad. Todo lo que veía lo distinguía con gran detalle.
El auto no lo iba manejando yo, pero tenía el parabrisas justo frente a mí, a unos 20 centímetros, quizá. El auto se desplazaba sobre la carretera pero no se sentía el contacto de las llantas con el pavimento. Tampoco vi mis manos, ni noté cómo iba vestido pues no veía mi cuerpo. Yo me encontraba embelesado por el paisaje y se escuchaba música moderna dentro del auto (supongo que era la radio o alguna grabación que sonaba) pero no distinguía qué canción era ni quiénes cantaban. Escuchaba también un sonido muy agudo y discreto, apenas perceptible. Una especie de beep que se intercalaba con espacios de silencio. Siempre era el mismo tono, pero no presentaba los beeps de modo idéntico, sino que unos eran más largos que otros. También escuchaba la voz de un hombre que estaba detrás de mí, pero jamás voltee a verlo, ni distinguía lo que me decía porque mi oído no lograba diferenciar sus palabras. Recuerdo bien que nunca le respondí ni le dije nada, pero mi acompañante fue hablando todo el tiempo. Después de varios minutos nos acercábamos a los montes frente a nosotros y la nube se veía cada vez más grande y brillante. Su blancura era impresionante y ese resplandor fue creciendo cada vez más; se acercó a mí hasta que me envolvió. Dentro de la luz de la nube me di cuenta de que su color era blanco, pero con un ligero tono dorado. Sentí en ese momento una paz, gozo y ternura absolutos, como si esa luz me abrasara y me diera completa serenidad. Me sentí objeto de un amor sin límites, a gusto como en un regazo. Me sentí acogido, amado incondicionalmente, perdonado de todos mis errores cometidos en mi vida. Desaparecieron el sonido agudo, la voz de mi acompañante, la panorámica, todo. Estuve así, gozando de esa paz. Dentro de la luz de la nube no vi mi cuerpo tampoco. Yo me encontraba unido a la luz y lleno de felicidad. Nunca pensé si estuviera yo muerto o no, ni pensaba en la gente que quiero, ni en ningún otro tipo de vínculo afectivo humano. En la luz sentí todo el amor que pudiera experimentar por toda la eternidad y nada me hacía falta. Nunca vi seres luminosos, ni ángeles, ni a Cristo ni a la Virgen, ni santos, ni familiares difuntos. Nadie. No vi a nadie ahí y no sentía que me hiciera falta hablar con alguien, pero me di cuenta de que todo ese amor que yo recibía de la luz es un amor que ella ofrece a todo ser humano, crean o no crean en un ser superior, sean buenos o malos, etc. Me di cuenta de que la luz comprende todas las limitaciones y condicionamientos humanos y ella está por encima de todos esos aspectos para amar a cada miembro de la familia humana.
De repente la luz que me envolvía se convirtió en una capa de hielo que estaba frente a mí; una capa que cubría la superficie de un cuerpo de agua del que yo iba emergiendo; quizá se trataba de un lago. Mientras subía noté que había luz intensa de sol detrás del hielo y se iluminaba perfectamente debajo de la superficie, por lo que pensé que la capa de hielo de la superficie era delgada. Estiré mis manos hacia el hielo mientras me acercaba a él y noté que había dos hilos de burbujas que iban a mi lado izquierdo, emergiendo junto a mí. Sin embargo, yo no percibí humedad en mi cuerpo, ni el frío del agua. Al llegar a la superficie congelada estuve empujándola con mis dos manos. No la golpee, solamente empujaba una y otra vez para que el hielo se rompiera y pudiera yo levantarlo, quitarlo y sacar mi cabeza para respirar. Después de unos tres intentos logré levantar parte el hielo y éste se mantuvo suspendido, como si flotara en el aire sobre mí y pude entonces sacar la cabeza y respirar, cuando de repente, otra vez la luz me envolvió, me sentí transportado nuevamente y aparecí sentado frente a la mesa de mi comedor. Respiraba agitadamente y con esfuerzo. Estaba yo sentado en mi silla, inclinado frente a mi plato y me di cuenta de que había un servicio (mantel, plato, cubiertos, vaso) en un lugar contiguo al mío y recordé que ahí estaba Angélica, pero ella no estaba. Me asusté entonces de ver que me encontraba a la mesa y no en un lago congelado, ni en una carretera, ni un lugar paradisíaco, sino en mi propia casa. Sentí mucho temor pues no sabía lo que me había pasado. La sensación de gozo y paz que sentí en la luz ya no la tenía porque estaba asustado de haber "aparecido" de repente frente a mi mesa del comedor.
Oí entonces la voz de Angélica, que estaba de pie detrás de mí, sugiriéndome que me levantara y saliera al patio para que respirara aire. Sentí tranquilidad de ver que ella estaba ahí, conmigo y le pregunté: “¿Qué pasó?” Ella se quedó capara redactarla con los detalles que me vinieron a la memoria.
A continuación postearé lo que fueron mis primeras reflexiones al respecto.
Primeras reflexiones de mi experiencia, publicadas en Facebook, pero que después retiré por prudencia ante la incredulidadcada instante. El que es la Vida habita en ti y ahí te espera, pero cuando entras en ti y lo buscas, lo puedes sentir mas no aferrar. Esa nube era más grandiosa que todo, su luz era un baño de paz, un abrazo de amor incondicional que me recibía en su seno, a pesar de mis fallas en mi historia personal. El amor que me hizo sentir fue el más grande que jamás he recibido. Sentí mi indigencia, mi poquedad, pero a la vez sentí agradecimiento por sentirme acogido por esa luz. No se si algo haya impregnado en mí, que soy tan limitado e incapaz de ahondar los misterios, pero me fío de esa luz, de esa nube, símbolo de la presencia del Eterno. Espero que mi vida o lo que quede de ella sea agradecimiento, sosiego, entrega devota a Aquel que es la Belleza tan antigua y tan nueva, a la que tardé en amar. Que mis decisiones surjan de ese encuentro que no fue puntual, sino que se sigue dando en cada momento que respiro, en cada latido de mi herido corazón.
03 de agosto de 2014: La ECM que sufrí el sábado 26 de Julio me ha ayudado a valorar más cada instante de la vida, la belleza de cada momento; tengo un sentimiento de admiración ante cada vivencia; me ha ayudado a aceptarme más como soy, en mi realidad limitada; me ha hecho más compasivo, comprensivo y servicial con los demás; todo lo material me parece vacío, sin sentido; ya no tengo deseo de competir por nada, ni buscar quedar bien con la gente; siento más deseos de estar en paz, meditar, orar; el miedo a la muerte se ha ido porque se ya lo que me espera aunque conservo cierto temor por el proceso que me pueda llevar a la muerte; tengo mayor conciencia de mí mismo y del momento que vivo; siento que voy sanando interiormente aunque eso incluye un duelo por patrones antiguos de comportamiento y voy rompiendo paradigmas que por años me sirvieron pero ya no más. También vivo una sensación distinta del fluir de los eventos, del trato con la gente. Todo me parece nuevo, como si hubiese llegado de otro país a instalarme por primera vez aquí y necesito adaptarme de nuevo a todo lo que hacía antes, pero ahora tengo otra perspectiva de la vida. Es algo raro. Siento que mi vida tiene un nuevo sentido, un nuevo propósito, una necesidad de terminar algo encomendado. Hay muchas cosas que voy aprendiendo aún de esa experiencia. No se asimila todo de golpe, se requiere tiempo.
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